Wednesday, May 10, 2006

DESDE LA VIDA INMENSA DE CESAR TORO

DESDE LA VIDA INMENSA
Una percepción desde su lectura
Por César A. Reyes Campos
5 de mayo del 2006

Con el entusiasmo de siempre y la alegría propia de César Toro Montalvo recibimos este hermoso libro del poeta y del amigo por cuyas rutas siempre acaece el fraternal encuentro. Y es que César Toro tiene el alma del niño y la madurez del poeta que desde hace años ha ganado un espacio en la Literatura Nacional, sea como crítico, ensayista, historiador o creador, que a nuestro entender, es el plato fuerte de su quehacer literario.
Son tres partes las que constituyen la estructura del libro: UNO: En la que se privilegian los tema de La Vida, La Existencia y La Madre. DOS: En esta parte el poeta multiplica los referentes que le sirvieron de inspiración: La Vida, El Hogar, La Paz, la Naturaleza y el amado Perú. Temas que se funden en el optimismo del bien vivir y en la nueva denotación de las cosas cotidianas. TRES: En esta última parte aparecen como temáticas disociadas de la conceptualización dell género. Aquí la alusión femenina aparece en doce momentos pero solo para trascenderse y elevarse hacia un concepto mayor: el Amor Esencial en su infinitud micro y microcósmica. Una verdadera lección a los poetas que hacen de la imagen de la mujer apenas una palabra recurrente que acaba por trivializar la intención creativa. De la parte primera veamos algunos detalles. En Elogio del Pájaro (p. 11) Toro se configura como ese “(… ) pájaro libre y raudo / al que en nada se parece, pero que “Al fin puedo llegar a lo más alto, salirme de la bóveda celeste, sin saber si no soy más que una noche (…) un papel que borrándose vuela o simplemente el eco de un garabato alegre, el orgulloso amante ungido por el viento”. En el segundo y, acaso el más breve poema, como: Algo debe irse hoy( p. 13) hallamos que la existencia polarizada entre la vida y la muerte, en medio, el devenir inexorable del partir, constituyen el tributo esencial a la soledad y la ausencia. En Oda a los navegantes, (p. 14-16) el poeta se extasía con la imagen del mar, de ese mar que a todos moja. Un poema construido entre metáforas, símiles, oximorones, el mar como leimotiv presiona sobre la productividad del plectro poético para convertirse en una especie de letanía antropoestética en un perfecto juego dialéctico con el yo de Toro Montalvo. La idea del destino, las despedidas al partir de los marineros, emerge con la fuerza en el recuerdo del vate que acaso leyó con fruición mucha literatura de viajes, desde Marco Polo, Stephenson, Verne, o la grandiosa Moby Dick, de Melville, entre tantas.
En La Alegría (p. 17) encontramos una elocuente alusión a la filosofía existencialista: el Ser y la Nada. Cada potencial humano debe cumplirse en sus esencias. Los dos últimos versos evocan el misterio del macrocosmos: Si el sol está / que sea en la alegría del sol.
Que la Noche no Sea Nunca (p. 18) Es un poema que corporiza el deseo de la negación a la antialegría que significa la noche. Es una proclama propia de una fuerza antagónica: arena singular donde el poeta combate la nostalgia metafísica que engendra la soledad. Por ello, dos versos cierran: “Que la noche / no sea nunca.
Balada de Nunca Morir (p. 20) y La Muerte No Existe (p.21) son dos poemas de la negación de la muerte. En el primero se pasa de las preguntas afirmativas al descubrimiento final, en el segundo, la muerte es un sueño y el tiempo de la eternidad. La dialéctica existencial (vida muerte) aparecen en la madurez de un pensamiento poético que se ha detenido en la reflexión de la esencia del ser. Preguntas aparentes que nos asaltan mientras viajamos mirando la velocidad de los caminos desde las ventanas de un vagón que ha de llevarnos a destinos desconocidos. La esperanza en la eternidad se construye en el grito interior que siempre negará la existencia de la muerte.
Soy la Casa, (p.23) nos transmite el habitat del poeta. El espacio vital en el que transcurre el tiempo concedido. Es el espacio que habla al poeta mostrándole el pasado, el presente y el porvenir: la casa que se vuelve abuela para repetir los cuentos de la infancia es transformada en tema poético encarnándose en el cuerpo y el alma del creador. Un espacio que descubre todas sus intimidades.


En el Día de Vivir (p.25) no basta la vida propia. El poeta reclama una escolta de vida, no obstante el movimiento y mutación de las cosas y los seres vivientes en el mundo.
Cuando Abro el Pan, (p.26) “Blanco, espumoso, / casi tesoro: lo ofrezco / en la luz de cada cual / El pan…Ah, el pan. / Es un compañero / blando / como todo domingo en la casa”. Este elemento vital al hambre físico y al hambre del espíritu, que por algo es aludido en la oración principal del cristianismo.
La Fuerza de la Vida (p. 27) es otro poema que canta a la vida. Es una invitación a la plenitud perceptiva, por ello en el cierre leemos: Dale a la vida / la máxima emoción de la vida / cuando sientas /las ganas / que da el oro en el beso.
En Mi Madre Eulalia (p.28) la figura materna remite al poeta a la nostalgia, a la soledad y al cilicio del desarraigo. Hay una imagen congelada como lo es todo recuerdo: “(…) Menuda entre sus ramas, entre faldas / y blusones, desde la que es,/ y la que será, pensativa y maternal, / cose camisas con hilos de alba,”. En la última estrofa consideramos que el eco de Vallejo se patentiza cuando Toro dice: “Mona, menuda, cantarina, chispeante, / así es mi Eulalia. Norteña del Perú, en fibra / de caña, con enjambre de gorriones, hasta / los cuatro puntos cardinales, en sus labores / de agua, de Dios, o de frutas; será para mí / o mi hermana Nena, la cerámica movida, / la que entre pálida o chaposa le decimos: Viva mi madre Eulalia.

Quiero cerrar esta intervención leyendo, de la parte DOS el Poema Perú Perú pues cada verso y cada estrofa nos comunican una nueva forma de amar y proclamar el amor a la patria. (v. p. 51)

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